Una buena celebración del Día del Urbanismo 2013, sería escuchar de parte de las autoridades que una política pública efectiva sobre las ciudades precisa, en el ámbito municipal, de plantas profesionales acordes en número y calidad, con la complejidad de los asuntos y conflictos que nos plantea la urbe moderna.

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Recientemente el Primer Mandatario firmó el decreto mediante el cual se promulga la nueva Política de Desarrollo Urbano de Chile (PNDU). El documento centra su atención en cinco grandes temas, dejando fuera aquellos que podríamos entender cómo los contenidos básicos de una política urbana, tal cual son los propiamente urbanísticos. El suelo urbano y no urbano, el espacio público, las reparticiones de las cargas económicas del proceso de urbanización, el resguardo de los lugares de interés natural y paisajístico, la recuperación de las áreas degradadas por las actividades extractivas y el tratamiento de las áreas costeras, tan sensibles frente a los eventos sísmicos, entre otras, son cuestiones que penan por su ausencia.
También, falta una referencia a la regulación de la industria inmobiliaria, tan llena de buenos propósitos y con tan pocos ejemplos de calidad y belleza; con mucho hormigón pero desconociendo los contextos barriales; con gran altura, pero con espacios de habitabilidad mínimos que no aseguran el arraigo de sus habitantes.
Por el contrario, el texto de la PNDU se llena de demasiados asuntos que podrían estar en otras políticas públicas relacionadas con el gobierno de la ciudad y la región, la segregación urbana, la sustentabilidad, las actividades económicas, etc., transformándose todos ellos en una pesada carga para los instrumentos de planificación que debiesen abocarse en profundidad y en detalle a orientar y monitorear operaciones concretas de planificación y diseño para mejorar la funcionalidad de nuestras ciudades, la congestión, la calidad ambiental tan complicada por nuestro particular régimen climático, las áreas forestales y recreativas, los espacios públicos, el equipamiento social, escolar y médico, etc.
Una buena parte de los fracasos de las anteriores políticas de desarrollo urbano, aprobadas hace más de 30 años, han pecado de generalizaciones y buenas intenciones, de errores conceptuales y también doctrinales. También, de no haber sido lo suficientemente complementadas por los necesarios instrumentos reglamentarios, que hubiesen asegurado una aplicación acorde con el espíritu de la ley y corregido a tiempo las distorsiones naturales que imponen los cambios socioeconómicos.
Para terminar, no podemos dejar pasar la ocasión para llamar la atención de las autoridades de gobierno acerca del escaso número de especialistas en planificación y diseño urbano que han integrado la llamada comisión de expertos. Si en la formulación de una política sanitaria no hubiésemos aceptado la ausencia de médicos, por qué en este caso aceptamos que una buena parte de los llamados “expertos” no fuesen ni por asomo especialistas en urbanismo. Y ello, es una de las razones de por qué tantos temas propiamente disciplinares se encuentren ausentes del documento.
Una buena celebración del Día del Urbanismo, este 8 de noviembre de 2013, sería escuchar de parte de las autoridades que una política pública efectiva sobre las ciudades precisa, en el ámbito municipal, de plantas profesionales acordes en número y calidad, con la complejidad de los asuntos y conflictos que nos plantea la urbe moderna, en particular de aquellas comunas metropolitanas que han tenido crecimientos explosivos en las últimas décadas y que registran grandes problemas de habitabilidad. Junto a estos crecimientos, ha llegado la peor cara del progreso: congestión, contaminación, degradación de los espacios públicos, y para más remate, la invasión de la industria de los supermercados y del comercio que ocupa los mejores espacios de la ciudad, sin aportar nada más que un vulgar galpón metálico o un gran cajón de hormigón ciego. A los ejemplos de las ciudades de Castro y Concepción nos remitimos. Pudiendo ser bellos aportes urbanos, tal como fueron los antiguos mercados de abastos y flores, son los que son, feos ejemplos de una modernidad que nos duele, con muchos recursos financieros pero con pocos talentos.
(*) Profesor Titular Carrera de Arquitectura de la U. de Santiago de Chile.
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